Las caras del amor (discurso del tiempo)

26 09 2013

Y un día el tiempo habló y no quiso callarse nada. Se había hecho esperar tanto, que algunos ya habían muerto en el camino. Había guardado silencio prolongadamente. Inclusive algunos llegaron a creer que esperarlo era ridículo. Así y todo, los más pacientes aguardaron, con la frialdad que ello supone, las palabras sabias. Al fin al cabo, era él quien debía dar el veredicto final; la sentencia estaba en sus manos. 

Con los acusados en el banquillo, comenzó a exponerse el discurso más largo que jamás pueda recodar. La frivolidad de los hechos erizaba a los más sensibles y llenaba, en pequeñas cuotas de placer, la morbosidad que radicaba en los ojos de algunos tiranos. La sonrisa soberbia, las infamias ya desmentidas y la inerte vida de algunos supieron transformar el paraíso en el pantano más oscuro. 

«Cuando el amor toma inesperadamente el timón del barco, éste pierde su rumbo.» dijo casi ya sin aire el tiempo, tratando de esconder en excusas poco férreas las tristes andanzas del nuevo gurú del amor. «Es en ese momento cuando el círculo que creías perfecto se desfigura de la forma más abstracta. Puede quemarse en un segundo un libro plagado de historias felices. Y en este caso las cenizas del fuego son escasas y frías, tanto que ya ni vale la pena jugar con ellas. Con banalidades se esforzará este fuego por resurgir, pero, muy a su pesar, en las tinieblas duerme su amor. Tan enfermo y falto de todo, podríamos decir que es la mejor representación de la nada misma. ¿Mi mejor consejo? Nunca confíen en la esperanza, ella es, generalmente, la causante de todo mal. Detrás de su fantasioso retrato se esconde la traición peor; la imagen que refleja en el espejo no es la suya. Va a engañarte tan sutilmente que volverás a estrellarte en tu espejismo. Va a cegarte hasta matarte, sin compasión.»


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